sábado, 7 de abril de 2018

Agur eta ohore

     Mi madre, Otilia Jimeno falleció el pasado 1 de marzo del 2018,  a falta de 20 días para cumplir los 94 años. Se fue, pero con ganas de vivir, porque como ella dijo a lo último "todavía tengo cosas que hacer".
     Tuvo una larga vida, en una época bastante convulsa; una infancia feliz entre Vitoria, Zarautz y Madrid, una juventud truncada por dos guerras: la guerra civil española y la 2ª guerra mundial.
Por la guerra civil su familia tuvo que huir y refugiarse en Francia y a consecuencia perdió un hermano cuyo único delito fue tener 16 años al comienzo de la guerra y 20 al final, por lo que al pasar la frontera para huir de la 2º guerra mundial, fue apresado y llevado a un batallón de castigo, y finalmente liberado para morir en su tierra. Lo perdieron todo y empezaron a vivir de nuevo en Vitoria de cero, con una carga y gran pena, que marcó el devenir de la familia.
     Mi madre tuvo pocos estudios a consecuencia de la guerra, pero con una formación cultural inmensa heredada y fomentada por su padre, el pintor Miguel Jimeno de Lahidalga, pintor con nombre, pero acallado en su ciudad por no renegar de sus convicciones, hasta la actualidad; mi madre sentía una gran admiración por él, que le llevó a a escribir y autopublicar su primera novela "Ochenta años de un siglo".
     De una amplia cultura, rodeada de libros y cuadros y muchas vivencias; aunque nació en Vitoria, vivió en Zarautz, Madrid, París y Capbreton en el exilio y finalmente Vitoria, lo que le hizo tener una mentalidad más abierta que la de Vitoria de entonces.
    Ha sido una escritora y poeta autodidacta, prolija. Escribía en silencio, sobre todo poesía. El devenir de la familia, le marcó en sus escritos, a veces tan duros, y tristes, otras nostálgicos y melancólicos. Por iniciativa propia se puso en contacto con otros escritores y poetas como ella, llegando a ser, en ese mundo, su pequeño mundo, reconocida, habiéndole traducido poemas a unos cuantos idiomas.
     La recuerdo siempre entre libros, con el diccionario en la mano, y los últimos años en el ordenador, entre sus ratos libres del devenir cotidiano buscando un momento, su momento, para escribir, pues eso le consolaba y le daba fuerzas. Muy familiar y dinámica; cuidó a mi padre, que se  quedó ciego los 25 últimos años de su vida, hasta su muerte.
     Hubiera querido que su obra hubiera tenido algo de reconocimiento en su ciudad natal, pero esto no le desanimó y hacia el final de su vida se autopublicó el libro "Cuentos y relatos" como colofón al trabajo prolifero de una época, y para que parte de su obra viera la luz.
    Fue, en definitiva, una  mujer sencilla, muy luchadora y valiente en su vida, diferente para su época, y muy querida y admirada por la gente que le llegó a conocer.



Itzulpena: Jokin Larrañaga
Otilia Jimeno

domingo, 11 de febrero de 2018

sábado, 10 de febrero de 2018

Invierno

   Rebuscando entre mis escritos he encontrado estos poemas escritos hace unas décadas dedicados al invierno.

     CONCLUSIÓN
Pintor Jimeno de Lahidalga

La nieve cae fría y hiela el alba,
más frío recalas tú,
en mi alma.
Las sombras de la noche
tu rostro vela.
Las sombras de mi alma
tú me las entregas.
El frío del invierno entumece
tus pensamientos.
El frío de tu sentimiento
hielan mis padecimientos.
Si al frío del invierno
lo vence la primavera,
mi ocaso de este momento
lo vencerá el tiempo.
                                     22-1-1973




      TRILOGÍA DE LA VISIÓN DE UN PUEBLO EN INVIERNO

Pintor Jimeno de Lahidalga

MIRADA RETROSPECTIVA

Hoy recuerdo con nostalgia
la visión
      de las aldeas,
luciendo casitas blancas,
     pequeñas,
       estucadas,
ramilletes de un pueblo,
      recóndito,
     callado,
y morada de hombres
       afanosos,
     ilusionados,
cobijos de recuerdos,
       apiñados,
      apretados;
la cuna de los sueños
       en ideas
        lanzadas.
Los recuerdos y los sueños,
       marchitados,
       no logrados,
revisten con penumbras
       los muros
       y tejados
de las casa antes blancas,
      impolutas,
      y bellidas,
ramilletes de los pueblos
      con sus gentes
      antes fueron
y con sus vidas afanosas
     de inquietudes
      y ansiedades.
Hoy son una estampa negra,
        con sus muros
          desgajados,
convertidos en ruinosas
       son sus casas
         desoladas.
Como pueblos abandonados
         yacen quedo,
         sin suspiros.
Y a su vista el peregrino
         siente frío,
      no halla alivio.
Es la sombra de los pueblos
        lo que queda,
       lo que agobia
y esas casas tan pequeñas,
       estucadas,
    bien cuidadas,
ramilletes de los pueblos
      son fantasmas,
       solo sombra,
con ventanas bien tapiadas
       y las puertas
    semi derrumbadas.
Solo sombra de un pasado son ahora,
       luce un rostro
         demacrado.
Adiós pueblo, adiós vidas
       y los bueyes,
        los rebaños.
Adiós bucólicos campanarios,
        los cipreses
      y camposantos.
                                      26-9-77

HOMENAJE A LOS ANCIANOS DE LOS PUEBLOS

Allá al fondo veo un pueblo,
en un puño sus casas lo han formado,
con su iglesia en lo alto y los muros
y las verjas del camposanto.
En lo hondo del invierno son casas entristadas,
sus murales carcomidos resbalando el agua a raudales.

Por las grietas de sus ventanucos entra el frío,
entra el drama por las venas de esas vidas
olvidadas en las entrañas de la tierra,
vivientes desterrados de un mundo en creciente.
Son sus gentes tan curtidas y cansadas,
por los años avejentadas y por las duras jornadas,
esperando la hora amarga de la parca llamada
que al otro lado del muro les acecha.

Con sus frentes plateadas y sus males,
compañeros de sus días parcos y en sosiego;
como esperando al alba yacen presos
en las redes de sus enfermedades, que los años
como premio a sus fatigas les ha regalado,
como premio a sus entregas a la tierra, esmeril de sus vidas.

Hoy las casas de esos pueblos habitadas por ancianos,
tristes panzas representan, que por fuera piedras negras
las enlucen y por dentro pobres viejos, yacen prestos
con sus negras vestiduras, a entregar sus restos
a esa tierra mortecina que forman esas aldeas
en soledad devenidas, por transvase de sus gentes.

Tristes casas pueblerinas que perdieron su patina;
triste visión de los pueblos en invierno,
y tristes ancianos que habitan quedo…muy quedo.
                                                                    26-9-77

EL INVIERNO EN LOS PUEBLOS

Una visión desolada de un pueblo callado,
como dormido bajo el manto opaco de la invernada;
por fuera el dramatismo acre de sus muros
y soledad en las ventanas selladas.

Parecía que dentro de aquellas mansiones
cerradas y grisáceas, habitaban gentes tristes,
como la visión desolada de aquellas casas grises,
dramáticas y solitarias bajo un cielo acre,
sobre un campo mortecino y sobre unas calles
desabitadas y en silencio absoluto y una paz
crepuscular que escalofriaba el ambiente.

Esa era la impresión que produce
la contemplación de aquellas casas,
en aquel núcleo apiñado de piedras viejas
y aquellos muros cerrados que circundaban
huertos y casas del pueblo formado
con la torre inhiesta de la iglesia y el campanario.

Eran como una estampa muerta
más que como vidas que habitasen dentro.
Triste me pareció el pueblo en invierno
y la campana en lo alto de la torre de la iglesia
callada…callada…

como el silencio de aquel entorno,
de aquellos campos muertos de invierno
y las casas en su enjambre de mortaja;
así asemejaba esa visión desolada, que por dentro
habría vida, alma y pechos que palpitaban
y también paz, amor y dolor, y sobre todo luz y calor,
aunque fuera con un candil en un tiempo
y gentes que hacían vibrar a los pueblos
y dar cosecha y color y flor en verano.

Pero en invierno, como la campana de la iglesia
Callada…callada…
                                                          27-9-77